Y así continuaron, sin pensar que quizás el río había muerto hasta que el olor comenzó a llegar hasta sus habitaciones, con la fuerza de los siglos cargados de cosas muertas confinadas y soltadas de repente. El olor llegaba con más violencia que el sonido, y los despertaba llenos de miedo, preguntándose unos a otros si lo habían oido. Sus bocas se llenaban de biles y sentían ansias de vomitar. Asompbrados por las variedades de fetidez que llegaban hasta elllos, estaban seguros de que no era una sola cosa lo que les asaltaba en sueños, sino todos los olores de toda la prodredumbre. Comenzaron a tener miedo del olor, hasta que una noche vino disfrazado de río y supieron entonces que el río había muerto.

Las mujeres del pueblo comprendieron que el río debía ser enterrado- por qué otra razón que la falta de descanso podía explicarse la violencia del olor que invadía sus noches y no le dejaba dormir? El río, decían, como cualquier otra cosa muerta, debe tener su descanso.

Entonces, alguien sugirió la incineración del río. Pero las mujeres del pueblo desaprobaron la idea, diciendo que la incineración tardaría tanto tiempo que el hedor del fuego se apoderaría del arroz en los arrozales y lo estropearía; que amargargaría el jugo de las naranjas; y que el vino de aquella vendimia tendría para siempre el olor de la muerte.

Durante un corto tiempo se decidió que cada hombre del pueblo tomase un trozo de río y le diera un enterramiento adecuado en la paracela de su tierra. Cuando las mujeres se enteraron se opusieron de nuevo. El río, decían, los mantendría despiertos por la noche con sus quejidos en su búsqueda por las calle y los campos próximos al tratar de encontrar los trozos perdidos. Como cualqueir cuerpo muerto, explicaron, el río debía descansar con todas sus partes en el mismo emplazamiento para que pudiese entrar en el otro mundo en su conjunto, como había sido en este mundo. Incluso, para asegurarse que el río no fuese enterrado de tal manera, las lmuejres recordaron a los hombres que era seguro que cualquier muerto desmembrado pondría una maldición en los enterradores. Estos también serían enterrados en varios sitios en lugar de uno solo, y así nunca pudiesen descansar pero tendrían que pasar cada noche quejándo su pérdida y buscándose entre los escombros y la basura.

Así, al final, no quedaba otra cosa que dar al río un enterramiento adecuado, como tendría cualquier otro cuerpo muerto. Pero esta decisión no estba libre de problemas y se tardaron varias semanas hasta que los hombres del pueblo llegaron a concluir una manera de dar al río adecuada sepultura y de forma que las mujeres también estuvieran de acuerdo.

El Río. Pam Hampton. Imagen de Fondo